La discapacidad auditivo-visual, también conocida como sordoceguera, es una condición que combina una pérdida significativa de visión y audición, afectando gravemente la capacidad de una persona para comunicarse, acceder a la información y desenvolverse en su entorno. Esta doble discapacidad no implica necesariamente una pérdida total de ambos sentidos, pero sí lo suficiente como para que su combinación genere barreras únicas y complejas. No se trata simplemente de sumar las dificultades de una persona ciega y una sorda, sino de una condición específica que requiere soluciones y apoyos adaptados a cada individuo.
Las causas de la sordoceguera pueden ser congénitas o adquiridas. Entre las congénitas destacan enfermedades como el síndrome de CHARGE o la rubéola congénita. En el caso de las adquiridas, factores como el síndrome de Usher (que provoca pérdida progresiva de audición y visión), traumatismos, infecciones severas o el envejecimiento pueden desencadenar esta condición. Sea cual sea el origen, el impacto en la vida diaria es profundo: desde dificultades para desplazarse o realizar tareas cotidianas, hasta el aislamiento social derivado de la imposibilidad de comunicarse con fluidez.
Las personas con sordoceguera necesitan apoyos personalizados para llevar una vida autónoma y digna. Sistemas de comunicación táctil, intérpretes guía, tecnologías adaptadas y una red de apoyo profesional y familiar son esenciales para reducir las barreras. Sin estos recursos, actividades básicas como cruzar una calle, leer un mensaje o entender a otra persona pueden convertirse en verdaderos desafíos. Además, muchas personas con esta discapacidad enfrentan dificultades emocionales y de salud mental por la soledad y la dependencia que puede generar su situación.
Con el objetivo de visibilizar esta realidad, cada año se celebra entre el 22 y el 28 de junio la Semana de Concienciación sobre la Discapacidad Auditivo‑Visual. Esta iniciativa, impulsada por organizaciones internacionales como Deafblind International y diversas entidades sociales, busca sensibilizar a la población sobre las necesidades y capacidades de las personas con sordoceguera. La elección de estas fechas coincide con el nacimiento de Helen Keller (27 de junio), una de las figuras más reconocidas a nivel mundial en la defensa de los derechos de las personas con sordoceguera.
En este contexto, las intervenciones asistidas con perros han demostrado ser de gran ayuda para mejorar la calidad de vida de quienes tienen discapacidad auditivo-visual. Los perros guía están entrenados para acompañar a personas ciegas o con baja visión, ayudándolas a moverse con seguridad, sortear obstáculos y ganar autonomía. En el caso de personas sordociegas, estos animales pueden ser entrenados también para alertar a su usuario sobre sonidos clave, como una alarma o el timbre de una puerta, a través del contacto físico.
Por otro lado, los perros de terapia desempeñan un papel distinto pero igualmente valioso. No están destinados a la movilidad, sino a acompañar emocionalmente a las personas con sordoceguera, facilitando la interacción social y reduciendo la ansiedad, el estrés y la sensación de aislamiento. En centros educativos, residencias o terapias individuales, estos perros promueven el bienestar, estimulan el tacto y refuerzan la motivación para comunicarse. Tanto los perros guía como los de terapia son aliados fundamentales en la inclusión y la mejora de la vida de quienes enfrentan esta doble barrera sensorial.