Boris M. Levinson, padre de las IAAs

El psiquiatra Boris Mayer Levinson (1907-1984) nacido en Lituania, es considerado uno de los padres de las intervenciones asistidas con animales, más en concreto de las terapias asistidas con perros, ya que fue el primero en considerar al perro como un «coterapeuta» dentro de sus sesiones y utilizar el término «Pet-therapy» (terapia con mascotas).

Se licenció en ciencias, se doctoró en Psicología Clínica y posteriormente, fue director de Estudios Psicológicos en la Escuela Ferkauf de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Yeshiva de Nueva York. Trabajó en el Centro de tratamiento Blueberry para niños con trastornos graves, en Brooklyn y en el Centro neuropsiquiátrico del condado de Queens, en Nueva York.

Levinson no fue el primero en introducir animales en tratamientos de diferentes patologías, algo que ya se hacía en la antigua Grecia, o procesos de recuperación de diferentes patologías, como la enfermera Florence Nightingale, que en 1859 vio que disponer de pájaros en los hospitales favorecía la recuperación de los enfermos, sobre todo en los ingresos hospitalarios de larga duración.

Sin embargo, la publicación en 1953 de Levinson de su libro «Psicoterapia infantil asistida por animales», marcó un antes y un después en lo que hoy conocemos como intervenciones y terapias asistidas con animales.

En dicho libro, explica cómo descubrió de manera casual que su perro Jingles le ayudó a conectar con su paciente Johnny, un niño que había pasado por diferentes procesos terapéuticos sin haber conseguido mejoría, y con quien consiguió resultados inesperadamente buenos:

«El niño había pasado ya un largo proceso terapéutico sin éxito. Le habían prescrito la hospitalización, y a mí me visitaban para que emitiera mi diagnóstico, y decidiera si admitía como paciente al chico, que mostraba síntomas de retraimiento creciente. Mientras yo saludaba a la madre, Jingles corrió hacia el chico y empezó a lamerle. Ante mi sorpresa, el chico no se asustó, sino que lo abrazo y comenzó a acariciarlo. Cuando la madre intento separarlos, le hice señas de que los dejara. Antes del final de la entrevista con la madre, el chico expreso su deseo de jugar con el perro. Con unos auspicios tan prometedores, comenzamos el tratamiento de Johnny. Durante varias sesiones jugó con el perro, aparentemente ajeno a mi presencia. 

          Sin embargo, mantuvimos muchas conversaciones durante las cuales estaba tan absorto con el perro que parecía no escucharme, aunque sus respuestas eran coherentes. Finalmente, parte del afecto que sentía por el perro, recayó sobre mí y fui conscientemente incluido en el juego. Lentamente, logramos una fuerte compenetración que posibilito mi trabajo para resolver los problemas de Johnny. Parte del mérito de la rehabilitación hay que dársela a Jingles, que fue un terapeuta muy entusiasta”.

A partir de ahí comenzó a investigar sobre la influencia de los animales de compañía en la salud humana, lo que impulsó más investigaciones al respecto. Muchos especialistas de la salud mental siguieron posteriormente su trabajo y se dedicaron a estudiar los beneficios de la terapias con animales (Friedman y Thomas, 1955; Sam y Elizabeth Corson, 1978).

Gracias Dr. Levinson y sobre todo gracias Jingles, por haber contribuido de una manera tan notable a mejorar la calidad de vida de tantas personas.